La Alegría de la Espera: Reflexionando sobre el III Domingo de Adviento Ciclo B
En el corazón del Adviento, cuando la espera se hace más palpable y la promesa del nacimiento de Jesús se acerca, la Iglesia nos invita a detenernos en un domingo teñido de un color especial: el rosa. Es el III Domingo de Adviento, Ciclo B, un día para reflexionar sobre la alegría que precede al encuentro con el Salvador. Pero, ¿de dónde nace esta alegría? ¿Cómo podemos hacerla nuestra en medio de las prisas y las preocupaciones cotidianas?
El Adviento, con sus cuatro semanas, es un tiempo de preparación, un llamado a la conversión y a la esperanza. No se trata simplemente de contar los días hasta Navidad, sino de preparar nuestros corazones para recibir al Niño Dios. Cada domingo del Adviento nos regala una temática, una luz particular en este camino. Y el III Domingo de Adviento, Ciclo B, nos habla directamente al corazón, invitándonos a vivir con gozo este tiempo de espera.
La liturgia de este domingo se centra en la figura de Juan el Bautista, el precursor que anuncia la llegada inminente del Mesías. La gente acude a él en el desierto, buscando un bálsamo para sus almas sedientas, y Juan no les defrauda. Con palabras ardientes, les invita a la conversión, al arrepentimiento sincero, a preparar el camino para la venida del Señor. Y ante la expectación que él mismo ha generado, ante la pregunta crucial: "¿Eres tú el Mesías?", Juan responde con humildad: "Yo no soy el Mesías; yo soy la voz que clama en el desierto: 'Enderecen el camino del Señor'".
En las lecturas de este domingo, la Iglesia nos invita a conectar con esa alegría profunda que brota de la esperanza. El profeta Isaías nos habla de un Dios que viene a salvar a su pueblo, a traer la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos. San Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, nos exhorta a vivir en constante acción de gracias, a mantener viva la llama de la fe y del amor. Y en el Evangelio, vemos cómo la gente se alegra con la cercanía del Reino de Dios que Jesús anuncia.
Este tercer domingo de Adviento es una llamada a la alegría, sí, pero no a una alegría superficial o pasajera. Es una invitación a experimentar el gozo profundo que nace de saber que Dios está cerca, que viene a nuestro encuentro. Es la alegría de la esperanza, la que nos sostiene en los momentos difíciles, la que nos recuerda que no estamos solos, que el amor de Dios siempre nos acompaña.
Para vivir con plenitud este domingo, podemos poner en práctica algunas sencillas acciones: dedicar un tiempo a la oración y a la meditación de la Palabra de Dios, acercarnos al sacramento de la reconciliación para limpiar nuestros corazones, realizar un gesto concreto de caridad hacia los más necesitados. Pequeños pasos que nos ayudarán a abrir nuestro corazón a la alegría del encuentro con el Señor.
El III Domingo de Adviento, Ciclo B, nos regala una enseñanza fundamental: la alegría no está reñida con la espera, al contrario, la espera se llena de sentido cuando se vive desde la esperanza y la certeza de que Dios siempre cumple sus promesas. Que este domingo sea para todos nosotros un tiempo de gracia y de renovación interior, un espacio para acoger con gozo al Señor que viene.
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